Se ha hecho tradicional en el departamento de Pasco, el referirse a los habitantes del distrito de Huariaca con el simpático mote de los “huasca sua”, es decir, los ladrones de sogas. Rastreando los orígenes de esta denominación encontramos todavía palpitante en la mente de nuestro pueblo, la génesis correspondiente de la expresión.
Durante la época de la colonia, cuando la FUNDICIÓN DE BARRAS DE PLATA funcionaba en la Quinua, un rico minero español que por sus achaques tenía su residencia en ciudad de Huánuco, dispuso que sus lingotes de plata acuñados en esta Casa fueran a parar a su hacienda huanuqueña con el fin de cuidarlos debidamente. Acompañada de fuerte custodia, la preciada carga fue enviada por la ruta de Huariaca, que por inconvenientes climáticos e interrupciones en la vía, la comitiva pernoctó en la villa huariaqueña. Adoptando las más extremas medidas de seguridad pusieron a buen recaudo la preciosa carga; después, rendidos, los custodios quedaron profundamente dormidos.
Al día siguiente, a pesar del cuidado que habían tenido, vieron con sorpresa que los enormes cajones que contenían los caudales, se encontraban movidos de su lugar original sin ninguna soga que los sujetara. El día anterior lo habían cubierto con muchas sogas y candados para no ser sustraídos. La alarma impactó a los conductores de tales tesoros al revisar el envío.
Era increíble: ¡Los caudales estaban intactos!. No se había sustraído ni uno solo de los cajones que portaban las brillantes y flamantes monedas. ¡Lo único que se habían llevado los ladrones eran las sogas!. ¡Increible!. Como es de suponer la historia corrió de boca en boca por la bella ciudad de los Caballeros de León y por la rica Ciudad Real de Minas.
Pasando el tiempo, instaurada la iglesia en aquel lugar, por disposición del párroco se izó a la torre una maciza campana de bronce. El trabajo que demandó esta operación fue tan arduo que muchos hombres, y en varios días, consiguieron fijar la campana con gruesas y resistentes sogas en el lugar correspondiente. Aquella tarde en medio de un recogimiento místico, el pueblo echó a los cuatro vientos el toque del Ángelus. La gente pía confiaba muy contenta que la fiesta del patrono del pueblo, el venerado San Juan, se conocería desde entonces en todos los confines de Pasco, gracias a la potencia sonora de la flamante campana. Lo curioso y alarmante del caso es que la alegría no duró ni un día, porque, para sorpresa de todos, a la mañana siguiente, cuando el sacristán pretendía despertar a la feligresía con el alegre tañido de la campana, se dio con la tremenda sorpresa de encontrarla sobre los suelos.
Cuando el cura se enteró del hecho, corrió desesperado al lugar y al comprobar el hurto y no encontrar ni una de las sogas con las que había sido fijada la campana, echando chispas por los ojos lanzó un apóstrofe que, desde entonces, tomó carta de ciudadanía inscrito en la tradición pueblerina se ha mantenido hasta ahora, cuentan que el cura –por no proferir una grosería- gritó fuera de sí:
- ¡¡¡Huariaqueños, “huasca sua”!!!
Autor: Prof. César Pérez Arauco